viernes, 11 de noviembre de 2016

LEYENDAS DE LA COMUNIDAD

PROCESION DE LOS ANGELES EN EL DIA DE LOS DIFUNTOS


En otros tiempos, en los que en esta ciudad de Comayagua se celebraban las festividades religiosas con más esplendor que ahora, para el día de los finados, 2 de noviembre de cada año, las iglesias enlutaban sus naves con largos cortinajes y practicaban solemnes rituales litúrgicos.
Desde las 4 de la tarde comenzaban en todos los templos, las esquinas de difuntos, las que venían repitiéndose de hora en hora; hasta otro día al amanecer en los que los sacerdotes celebraban las tres misas de difuntos, en un solo acto.
A las 7 de la noche salía de la santa iglesia catedral una lúgubre procesión, por todas las calles de la ciudad, con la cruz alta y los ciriales, encontrándose en aquellos momentos la ciudad triste, fría y azotada por los fuertes aquilones de noviembre.
Un sacristán piadoso portando una palangana de plata y una sonora campanilla, iba enseñando devotamente el santo rosario y al mismo tiempo pedía los fieles de la ciudad una limosna para las ánimas benditas del purgatorio.
 Al llegar la enlutada procesión a cada casa entonaba a grandes voces el canto monótono y que jumbroso que decía: Ángeles somos que del cielo venimos a pedir pan para el sacristán. Y entonces el dueño de la casa, lleno de miedo y tembloroso alargaba la mano por el postigo de la puerta o de la ventana y daba su limosna entonces lo angelones, agradecidos por la piadosa dadiva para el alivio de las benditas animas, entonaban, con las mismas voces estentóreas, este otro canto: Estas puertas son de cedro y las almas en el cielo…
La procesión de angelones seguía caminando por las calles rezando el santo rosario y cantando el miserere, hasta llegar a la puerta de otra casa en donde repetía su pedimento de limosna para las animas, siempre entonando sus monótonos y quejumbrosos cantos pero si desgraciadamente en aquella casa no respondías o no salían a la puerta o postigo para dar el pan para el sacristán, entonces los angelones, airados y con voces estentóreas, entonaban este canto: Estas puertas son hierro y las almas en el infierno…
Y mientras la funeraria procesión recorría los tristes y silencios barrios de la ciudad, las campanas de los templos, plañideras y dolientes, llenaban sus espacios con sus esquilas de difuntos y; el viento de noviembre, tétrico y funerario gemía sobre los húmedos tejados de esta legendaria y conventual Valladolid.
A las 10 de noches la procesión de los angelones hacia la Catedral, en donde se decía las últimos frases, para el alivio y descanso de las benditas almas del purgatorio, y después de lo cual todos os angelones se dispersaban, entonando el Ave María, para ahuyentar el demonio que también deambula por calles y plazas, en aquella noches de difuntos.





ENCANTADA LAGUNA DE GETO

En esa famosa Laguna de Geto, hay gran variedad de árboles  frutales, desde peras, manzanas, uvas, sapotes, nísperos, piñas, duraznos, bananas de todas las clases, etc. Lo mismo que muchas flores y árboles misteriosos.
Se asegura que en esta laguna encantada siempre hay frutos de los que pueden comer todos los visitantes, pero nadie puede llevarse uno de ellos, porque si esto sucede, no soportan los ruidos misteriosos en sus casas, hasta que las devuelven al lugar de su procedencia. Esta laguna se encuentra en una montaña, al oriente de Comayagua.


LA CRUZ DE COMAYAGUA

La antigua ciudad de Comayagua es un tesoro inagotable de historias fantásticas: cuentos, leyendas y tradiciones de los tiempos coloniales, que son para poner para poner los pelos de punta a cualquiera; todos sugestivos, originales y bellos, especialmente cuando se han oído de boca de esas viejecitas que aun conocieron el último gobernador de la antigua provincia de Honduras don José Gregorio Tinoco de Contreras. Estas historias han sido contadas por ellas con tal riqueza de detalles, que seduce; con una infantil certeza de que ello sucedió así como lo narran, y con placer intenso de repetir aquello que si no fu visto con sus propios ojos, les fue contado por personas difuntas, quienes por esto y por otros motivos son digno que lo dicho por ellas, se tome por cierto.
Una de las leyendas más famosas es la de la cruz del convento de san Francisco, que alguien ha llamado cruz de piedra, pero que es de madera, de esas maderas que saben desafiar los siglos.
La historia dice que allá por los años 1603, siendo gobernador de la provincia de honduras don Juan Guerra y Ayala, se inició la conquista de Teguzgalpa, región que hoy forma parte de la Mosquitia. Para llevar a cabo esta empresa, fueron nombrados los misioneros Fray Juan Monteagudo y Fray Esteban Verdeleta. Poco después de haber salido la expedición se supo en Comayagua que había fracasado y que los misioneros habían perecido en manos de los indios salvajes. Fray Esteban era monje del convento de San Francisco, muy querido de todos, de modo que la noticia de su muerte causo mucha pena en los habitantes de Comayagua.
Por ese tiempo se principio a observar un caso curioso que llamo la atención de todos y que según creían era causado por el espíritu de  Fray Esteban. Pero sucedió que aquellos días llego el misionero. La idea que tenía era tal que cuando vieron el sacerdote le tuvieron miedo. Un viaje desde Segovia hasta Comayagua hecho por una persona sola les parecía imposible. Seguramente Fray Esteban era uno de esos españoles de aquella época que parecía que estaban hechos de acero y no de carne y hueso como el resto de los hombres. Trasládese el lector aquella época y piensen como serian estas tierras, que después de más de 500 años todavía hay muchas que a la planta humana no ha tocado, y comprenderla porque los vecinos de Comayagua no creían qué aquel padre se les presentaba sano y salvo, fuese el mismo Fray Esteban Verdelete que le habían visto salir con la primera expedición que intentara la conquista de la Mosquitia. Era increíble que fuera capaz de conducirse solo desde los confines del país, habiendo cruzado más de la mitad de nuestro territorio. Como a Fray Esteban le extrañaba tal proceder, investigó el motivo y le explicaron lo que sucedía.
El convento de San francisco está situado al norte de la plaza del mismo nombre; como a 200 varas corre el rio chiquito, que va como rodeando la ciudad por el noreste y por el norte. En el costado norte de la iglesia y en el interior del convento había un cementerio en cuyo centro estaba una cruz de madera sobre una peña.
Algún tiempo después de haber salido la expedición para la Tegucigalpa, los frailes empezaron a notar el siguiente fenómeno: todos los viernes, a eso de las doce de, día, veían que de cierto lugar del rio se levantaba un fantasma, que consistía en un bulto más grande que el de una persona, el cual venia envuelto en una nube blanquecina, que pasando sobre las casas del barrio, venía a ponerse sobre la cruz del cementerio del convento.
No se sabe con certeza que día principio a llegar, porque la cruz estaba en el patio interior del convento y la nube llegaba cuando estabas en el refectorio. El primero que la vio dio la voz de alarma, y de allí en adelante gran número de personas acudían a la hora de las doce del viernes para presenciar tan extraordinario suceso. Se cuenta que cierta persona, haciendo alarde de valor, se introdujo en la nube, cosa que le estuvo tan cara que desde aquel momento tuvo una fiebre que le causo el miedo y que salió de él hasta que se llevó consigo su alma. Con tal ejemplo nadie se atrevió a imitarlo.
Al oír el padre Verdelete tan extraño relato, se puso hacer penitencia por varios días y después comunico a su Señoría el Obispo de Comayagua, que por entonces era Fray Gaspar de Andrade, su propósito de averiguar lo que significaba aquella aparición, “en caso que esa fuese la voluntad de Dios” llego el día y la hora en que el fantasma envuelto en la nube llegaba hasta la cruz del cementerio.
Todo en el interior del convento estaba lleno de espectadores, deseosos de apreciar lo que sucedería con lo que el padre Verdelete se proponía, tan luego como cayo la nube  Fray Esteban se acercó a la peana de la cruz y pronto su cuerpo quedo oculto en la niebla, en la que muy pronto el público horrorizado empezó a distinguir dos bultos como de personas que conversaban de algo muy importante; otras veces se quedaban como meditando.
Tan tenebroso coloquio era presenciado por una multitud de personas que llenaban los patios y corredores del convento, pero nadie se aproximaba al grupo que formaban el vivo y el muerto, para oír lo que conversaban. Eso habría valido la pena, porque seguramente debió ser cosa interesante.
Tan abstraídos estaban en aquella extraña como sobrenatural escena, que no se dieron cuenta de que la entrevista del padre Verdelete con aquel individuo de ultratumba había durado ya casi 12 horas principio a las doce del día y eran las 12 de la noche cuando la nube se disolvió, y en el lugar vieron que el padre Verdelete echaba la bendición a una persona que con él estaba, la que acompañada del religioso se encamino como por la dirección de donde había venido la nube. Fray Esteban regreso y se presentó como persona que viene muy cansada, tomo unos tragos de aguay se retiró diciendo no más que estas palabras: “La nube no volverá.
El siguiente día el señor obispo celebro misa pontificial, y todos los sacerdotes de Comayagua, que por cierto eran muchos, se pusieron a hacer penitencia, por orden de su señoría ilustrísima. Se anunció que la predicaría Fray Esteban Verdelete y la catedral se llenó de piadosos y de curiosos que deseaban de todas maneras saber lo que había sido todo aquello del día anterior, e l Fraile les dijo un bello sermón; con respecto a los acontecimientos del sí anoa más que dieran las gracias a DIOS porque ya no verían más aquel fantasma. Después, con palabras muy tristes, que hicieron llorar a toda aquella gente se despidió de ellos, diciéndoles, que Dios lo llamaba a otros ministerios de su servicio. 24 horas más tarde salió para la ciudad de Guatemala.
Desde entonces se tuvo mucha veneración por la cruz, la que fue trasladada a la plazuela de San francisco donde le hicieron una garita, y todos los domingos venia un sacerdote a decir misa en aquel lugar.
Siglos más tarde, cuando vieron que los años iban destruyendo el madero de la cruz, la mandaron a forrar con caoba, por último la quitaron de aquel sitio por la irreverencia de algunos, pues no pocas veces se vio que un trovador, de esos que pasan las noches cantando las noches cantando a las ventanas con el estómago lleno de vino escogieron aquel lugar para dar al viento su endechas de amor y otras cosas peores actualmente la cruz está en la ciudad de Comayagua en un altar en la iglesia San Francisco.


La chancha de San Sebastián

Carlos Bustillo Ortega.
Comayagua, febrero de 1971

Entre las varias iglesias que hay en la ciudad, hay una llamada “San Sebastián”. Este lugar es muy histórico, pues allí acampó con sus huestes guatemaltecos e hizo su cuartel general, el tristemente célebre coronel Justo Milla, cuando puso sitio a esta ciudad. Encuéntrase aquí también las cenizas del gran soldado hondureño, el caballero sin tacha y sin miedo, general Trinidad Cabañas. También es testigo mudo de este lugar, de muchas refriegas de nuestras infecundas revueltas intestinas. Al occidente de esta iglesia, está una ceiba milenaria, que a juzgar por los mausoleos que se encuentran bajo este árbol, fue cementerio en algún tiempo muy lejano. También este lugar es testigo mudo de muchos acontecimientos célebres y triste de nuestra patria. Bueno, dejemos este poquito de historia y vamos con la chancha de la quebradita de San Sebastián. 

En este lugar de la iglesia de San Sebastián, se celebraba y se celebra hasta la vez, aunque con menos pompa, una feria desde el primero de febrero hasta el once del mismo. Hacían los típicos chinamitos con hojas de huerta. En dichos chinamitos, vendían dulces y hacían comidas pues había la costumbre de ir ha almorzar o cenar, con sus familias o enamorados. Había un chinamo especial para los juegos de azar. Habían también bebidas alcohólicas. Por la noche vendían ponches y otras golosinas.
 

Los días cinco y seis, eran tradicionales diablitos, lo que hacía con la gente concurriera con más afluencia esos días.
 

Los enamorados tenían que llevar dos o tres hermanas o amigas de su novia a cenar a los chinamitos, pues en aquél tiempo no había tanto libertinaje, forzosamente tenían que ir acompañadas. Esto lo hacían los que estaban en pinganitos, es decir, los que gozaban de alguna solvencia económica pues era un lujo ir a cenar a los chinamitos con tres o cuatro personas, pues todo era el doble de caro. Los quemados se veían en aprietos, unos tenían la astucia de enojarse con la enamorada días antes de la feria, así ella no podía hacerle ningún cargo.
Cuando la feria terminaba, entonces hacían lo posible por hacer las paces.
 

Los días de San Blas, jueves y domingo, había concierto con la banda, había gran concurrencia de gente a los conciertos.
 

En aquel tiempo, la iglesia de San Sebastián quedaba como a un kilómetro fuera de la ciudad, ahora ya está adentro. Para ir allá, había que pasar por un monte alto, mancaballales y pitahayas, solamente era el camino que conducía a la iglesia. También había que pasar por una quebrada la cual quedaba como dos cuadras fuera de la ciudad, hoy queda en medio; a esta quebrada le llaman “La Quebradita de San Sebastián”, y se han formado con las aguas pluviales y corre solamente en el invierno y cuando llueve mucho.
 

Propiamente en medio de las casas de don Justo Yánez y don Carlos Peña había un paso llamado “El paso de la Cruz Ñeca”, forzosamente había que pasar por ese lugar pues no había otro más cerca. Aquí solía salir una chancha en ese tiempo de feria, estropeando el que iba sólo y bolo. Cerca de ese lugar vivía una señora llamada Gertrudiz Fúnez por mal nombre le decía “Gertrudis la tuerta”. Esta señora era más vieja que joven, alta y delgada, un poco jorobada, pelo lacio y entrecano, de vientre pronunciado, la cara era larga y enjuta, de ojos saltones y tenía una nube en uno de ellos, por lo que le decían “la tuerta”, nariz y barba corvas, tenía un bocio bastante pronunciado, güegüecha como se dice vulgarmente, tenía un colmillo salido en la mandíbula superior, cuando masticaba, daba la impresión que pegaba la nariz con la barba; por la falta de dientes en fin, tenía todas las características de una bruja.
 

Cuando el río suena, piedras lleva, reza un refrán. La gente principiaba a sospechar y haciendo los siguientes cometarios: “Comadre, andan los decirles que Gertrudis la tuerta es la que se hace chancha y sale en la quebradita de San Sebastián”. La receptora del chisme usualmente respondía: “Si comadre, esa vieja tiene un aspecto muy feo, a lo mejor es cierto”.
 

Una viejita de esas que están haciendo horas extras en la vida, pero que todo lo saben, era muy allegada a la casa de Gertrudis a lo mejor eran familia, pues tenían el mismo apellido, se llamaba Concepción Fúnez. Cuando llegó una vez de tantas, le dijo “Gertrudis, se rumora que esa chancha que sale en la quebradita de San Sebastián, eres tú, si es cierto deja eso hija, porque es un gran pecado hacer brujerías, además, te puede pasar algo”. A lo que ella le contestó: ¡Ah ña Chon...! ¿usted cree en esas cosas? Es que no me quieren y no hayan que mal hacerme”.
 

El día de San Blas, hubo concierto por la noche. Cuando este terminó, los músicos se vinieron para la ciudad, quedándose uno de ello bolo, llamado Mónico Torres, originario de la Villa de San Antonio. Los compañeros hicieron todo lo posible por traerlo, pero fue imposible, no pudieron. Como a las doce de la noche, se vino para la ciudad, cuando iba pasando por la quebrada y por el paso de la Cruz ñeca, le salió la chancha estropeándolo todo, y para el colmo, Mónico andaba vestido de blanco. El domingo por la noche hubo concierto otra vez, volvió Mónico, pero ya preparado con una daga de crucero. Cuando terminaron el concierto, se vinieron todos los músicos dejando a Mónico nuevamente, que se hizo el bolo para que lo dejaran solo, pues ya llevaban la intención de vengarse de la chancha.
 

Los compañeros lo dejaron al fin y venían haciendo los siguientes comentarios: “Mónico no tenia que le vuelva a salir la chancha” decía uno, “Mónico se la lleva de macho” decía otro, “uno bolo es bruto” comentaba un tercero. Cuando eran como las doce, se vino Mónico, cuando pasó por el paso de la Cruz ñeca, sale la chancha. Entonces Mónico saca la espada de crucero y le dijo: “Ahora sí, las va a pagar chancha maldita, hija de...” María Morales y le dio un gran punzón. Cuando el animal se sintió herido, salió corriendo y Mónico le decía: “Párate vieja bruja, ya se quien sos”, pues Mónico ya sabía el proceder de aquella vieja bruja, que no era nada bueno.
 

Otro día amaneció la noticia que Gertrudis la tuerta está grave de muerte. “Dicen que Gertrudiz la tuerta esta grave de muerte” decía una, “yo la vi ayer que venía de comprar chicharrones” decía la otra, “yo la vi en el mercado vendiendo atole” comentaba otra.
Gertrudis tenía una amiga muy allegada llamada Juana. En ese momento llegó y le dijo: “¡Jesús Gertrudiz! ¿Qué es esa sangre veo en el patio?” La vieja tuerta contestó: “Vieras lo que me pasó anoche, resulta que salí al patio y me caí sobre una estaca y mira.” “¡Jesús Gertrudiz!” le dijo Juana “eso parece puñalada”. “Si Juana, siento la muerte” contesto la herida. “Vayan a traer al padre para que la confiesen” exclamo Juana, a lo que Gertrudis contestó alzando un tanto la voz: “¡Por favor Juana! No traigas ese padre, porque lo voy a echar a la ... déjame morir así”.
 

En ese momento llegó ña Chon. Cuando Gertrudis le explicó todo, le dijo ña Chon: “A lo mejor es castigo por aquello que te dije”. “Ya viene ña Chon con sus cosas, déjame en paz” le contestó Gertrudis un tanto enojada. Le cayo gangrena a Gertrudis y murió. La chancha no volvió a aparecer. Este homicidio quedó en el misterio y por ende impone, como quedan horrendos crímenes.
 

Si algún nombre de los protagonistas de este relato es idéntico al de alguna persona que aún vive, que no se de por aludida, pues es una coincidencia y no mala intención.
 




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